miércoles, 5 de mayo de 2010

EL RIESGO DE ELEGIR AL FILOSOFO REY



Antanas Mockus logró instalar su discurso de legalizar a Colombia en el centro del debate político y con ello redefinió el escenario y cambió a su favor la ola de las preferencias electorales de los colombianos. Su programa atrae a los votantes con la misma fuerza contagiosa que eligió a Uribe con el mandato de ganarles la guerra a las Farc. La campaña para sucederlo se define no tanto por la promesa de continuar los avances logrados en seguridad como por el repudio de los medios ilegales empleados para conseguirlos, que despiertan la indignación de los electores. El péndulo se mueve de la seguridad a la legalidad, gracias al repudio general contra la marea de inmoralidad de la clase política.

La oposición contra el gobierno de Uribe, agenciada por un Partido Liberal sin autoridad moral para criticarlo, y un Polo alternativo nacido de la desmovilización de las guerrillas y la corrupción de la Anapo, fue capitalizada por quien encarnó la legalidad y la transparencia, que evitó su desgaste porque sólo hizo unas pocas críticas puntuales al gobierno de Uribe. Se acercan a Antanas quienes piensan que el gobierno está irremediablemente corrompido y necesita purificación. Antanas ofrece a sus seguidores y votantes el bien inestimable de sentirse identificados con lo sagrado, desde la vida humana hasta los recursos públicos. Definido así el escenario, quienes estén en la orilla opuesta quedarían identificados con el crimen y la corrupción, como los opositores de Uribe fueron calificados de amigos del terrorismo.

La 'ola verde' tiene todos los ingredientes para aspirar a convertirse en una secta: un santón carismático, un estrecho círculo de adoradores, una doctrina con valores admirables, una exigencia de comportamientos altruistas para sus miembros y el desprecio moral a quienes queden por fuera de ella. La vocación de las sectas es crecer hasta abarcar la sociedad y transformarla. El conflicto final se resuelve con la disolución de la secta por la sociedad o la absorción de ésta por la secta.

Mientras la política consiste en concertar con la pluralidad de ciudadanos, que piensan distinto y tienen diversos conflictos e intereses, la secta en el poder aspira a controlar los resortes de la acción individual y colectiva bajo principios absolutos, que no se pueden negociar ni pactar con los contrarios. La secta no es un partido político, pues en ella desaparece el espacio de relaciones horizontales que se crea entre los iguales, que resulta unificado bajo su doctrina y su líder. Basta recordar la foto de los candidatos visionarios a Congreso disfrazados con pelucas y barbas de Antanas cuando compitió para reemplazar a Uribe en el 2006, que eliminó la pluralidad de personalidades individuales que posaron en ella.

A diferencia de los líderes carismáticos, que gustan rodearse de seguidores sumisos y obsecuentes, Juan Manuel Santos, por no ser carismático sino ejecutivo, sabe rodearse de iguales sin temer que lo opaquen, convoca los consensos necesarios para desarrollar acciones eficaces de gobierno, delega responsabilidades, les hace seguimiento detallado a los programas y garantiza resultados. Su obsesión por el buen gobierno es el antídoto necesario para contrarrestar el costo oculto del liderazgo de Uribe, que concentró los poderes del Estado a expensas de la calidad del gobierno y tornó impotentes a sus altos funcionarios por temor a sus regaños públicos. Mientras con Uribe tuvimos demasiado Presidente y poco gobierno, con Santos podremos tener menos culto a la personalidad del Presidente, pero un mejor gobierno, con equipos expertos en lograr los resultados que el país necesita para consolidar la seguridad y dar el salto al desarrollo.

Alejandro Reyes Posada

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